Reseña publicada en la edición de julio de 2019 de La Gaceta Independiente.
El éxito internacional de Buñuel
en el laberinto de las tortugas, largometraje de animación de producción extremeña,
nos ha llevado a muchos lectores a acercarnos a la novela homónima de Fermín
Solís, publicada por la Editora Regional de Extremadura en 2008 y que ya fue finalista
del Premio Nacional del Cómic en 2010, antes de que Reservoir Books comprara
los derechos para publicarla junto al panteón del llamado “noveno arte”: Art Spiegelgman,
jodorowsky & Moebius, Joe Sacco, El Roto...
El cómic comienza en París, justo
cuando Un perro andaluz había catapultado a la fama a Buñuel y a Dalí,
sorprendidos por el éxito y por la acogida que habían tenido entre las élites
más selectas de Europa. Tanto es así que los vizcondes de Noailles financiaron
La edad de oro con un millón de francos de la época, una película que acabó siendo
anatema en Francia por su brutal crítica a la aristocracia. La novela de Solís
parte de esta circunstancia: Buñuel, sumido en una depresión, es cuestionado en
todos los rincones de Europa. El documental de las Hurdes se concibe en este
contexto como una forma de mostrar al mundo qué quiere conseguir el arte
surrealista. Su amigo y escultor Ramón Acín, en una noche de borrachera, le promete
financiar el documental si le toca la lotería. El 22 de diciembre de 1932 salió
premiado en Huesca el número 29757 con 150000 pesetas (el billete costó 25).
Acín cumplió su promesa y pudieron rodar el documental inspirado en el estudio de
Maurice Legendre, que mostraba cómo en cierto lugar del suroeste de España
existían unos seres humanos que luchaban por sobrevivir contra un medio hostil.
El trabajo de Solís es un sólido ejemplo
de cuáles son los recursos artísticos exclusivos que Umberto Eco reconoció al
cómic en su ensayo Apocalípticos e integrados. En efecto, su capacidad
para representar de manera simultánea sueño y realidad dota a la biografía del
cineasta aragonés de una perspectiva narrativa inédita. Cuando Buñuel le habla
a Acín del estudio de Legendre, este afirma que no le imagina haciendo un
documental, ya que este género no podría representar ojos seccionados o
esqueletos vestidos de obispos, sólo la realidad. Buñuel le responde que la misma realidad
puede ser tan surrealista como la imaginación más desatada. Es ahora cuando nos
revela cuáles fueron sus verdaderas intenciones al rodar Las Hurdes, tierra sin
pan.
El dibujante cacereño nos muestra
a un joven inmerso en un proceso creativo muy doloroso, en el que él mismo se
siente condenado por recurrir al tremendismo para recrear los aspectos más
crudos de la realidad de las Hurdes. Buñuel sufre porque no sabe si su obra va
a servir para mejorar la vida de los hurdanos o si, por el contrario, su único
resultado será provocar la curiosidad morbosa del mundo por esta tierra
olvidada. El resultado es una bella historia en la que el lector disfrutará y
sufrirá con un joven cineasta cuestionado e incomprendido por sus amigos más cercanos.
Raúl Fmez
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