Reseña publicada en la edición de diciembre de 2019 de La Gaceta Independiente.

La literatura es un simulacro del
recuerdo, un último intento por hacer un poco más perdurable lo que es irremediablemente
finito. Tras el ejercicio de la memoria, la corteza del árbol más amargo,
en palabras del poeta Julio Rodríguez, encontramos condensado el esfuerzo del novelista
por reconstruir la vivencia humana del tiempo. Así lo hizo Joyce en su Ulises
al dilatar la vivencia de veinticuatro horas en mil páginas o Gabriel García Márquez,
que nos hizo vivir cien años de soledad a través de las distintas generaciones que
se suceden en su inmortal novela. El modelo literario de Abad Faciolince es,
sin embargo, la búsqueda del tiempo perdido de Proust. Gracias a él, luchará contra
el olvido rememorando los años vividos junto a su padre, el médico Héctor Abad
Gómez, asesinado el 25 de agosto de 1987 por fuerzas paramilitares colombianas.
La historia de Héctor Abad Gómez, narrada por su hijo, es también la historia
de un país, Colombia, marcada por la época política conocida como La Violencia,
la peor de las epidemias a la que se enfrentará el médico ilustrado con más de
cuatrocientas mil víctimas mortales. El olvido que seremos es, por este motivo,
un bello y sentido testimonio de cómo la ignorancia, el enfrentamiento violento
entre diferentes partidos políticos y la intolerancia pueden llevarse por
delante más vidas humanas que los virus, las bacterias, la malaria o el cáncer.
Frente al odio, el relato
apasionado de este escritor colombiano no deja entrever ni un ápice de rencor
por el asesinato violento de su padre, un hombre cuyo mayor delito fue definirse
a sí mismo como poliatra, sanador de la polis. Como si se tratase de una pintura impresionista
de Monet o Degas, esta novela desea eternizar el instante evocando el conjunto
de sensaciones fugaces que actúan como la llave del recuerdo de las vivencias que
dan sentido a toda una vida. Así, Abad Faciolince revivirá con el lector lo que
sentía por su padre, un amor animal – el mismo amor que sus amigos sentían por
su mamá-, que le llevaba a olerlo y a meterle el dedo en la boca antes de dormirse.
Cuando su papá tenía que irse a uno de sus largos viajes, él pedía entre
sollozos que no cambiaran las sábanas, porque necesitaba dormirse en el olor de
su padre. El joven Héctor nos cuenta que lo amaba tanto que pensó en escribir
una Carta al padre como hizo Kafka, pero al revés. Si la carta del
escritor checo fue concebida como un alegato en contra de una educación rígida
y autoritaria, El olvido que seremos es un canto de gratitud a una forma
de educar basada en un único principio: si quieres que tu hijo sea bueno, hazlo
feliz.
Raúl Fmez
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